Industria12 de octubre, 2024
La obesidad y el sobrepeso influyen en el desarrollo de la artritis reumatoide y en su peor pronóstico
Actualización en el marco del XIII Simposio de Artritis Reumatoide de la Sociedad Española de Reumatología
NOTICIAS RELACIONADAS
III edición de los Premios Imparables Sanitarios de Italfarmaco
La prevalencia de la obesidad en nuestra sociedad se ha incrementado de manera exponencial en los últimos años, lo cual representa un problema creciente de salud, ya que esta comorbilidad está relacionada con el riesgo de desarrollar enfermedades metabólicas y cardiovasculares, y también patologías inflamatorias crónicas. De hecho, “numerosos estudios concluyen que la obesidad y el sobrepeso suponen un factor de riesgo en el desarrollo de la artritis reumatoide (AR). Además, estos pacientes con obesidad tienen generalmente, más dolor articular y generalizado; así como mayor inflamación generalizada medida por parámetros de laboratorio lo que conlleva a que estos pacientes con obesidad tienen una mayor actividad de la artritis reumatoide. Todo esto deriva en una peor calidad de vida y un peor control de la enfermedad”, según ha advertido la Dra. Marta Novella, del Servicio de Reumatología del Hospital Universitario La Paz de Madrid.
En el marco del XIII Simposio de Artritis Reumatoide de la Sociedad Española de Reumatología (SER), celebrado en Gijón y que ha reunido a más de 400 asistentes, la especialista ha explicado que “la excesiva y progresiva acumulación de grasa que tiene lugar en la obesidad favorece que en el tejido adiposo se liberen sustancias (citoquinas) inflamatorias propias de este tejido, las cuales junto con la inflamación articular que caracteriza a la AR da lugar a una mayor carga inflamatoria en estos pacientes. Este aumento de citoquinas inflamatorias podría ser capaz de modular el sistema inmune e inducir al desarrollo de la AR”.
Asimismo, -ha añadido- “otro riesgo que entraña la obesidad es una disminución de la eficacia en algunos de los tratamientos disponibles actualmente para el control de la enfermedad, ya que especialmente en los tratamientos biológicos, un índice de masa corporal elevado puede afectar negativamente a la respuesta del mismo”. Dado que la obesidad predispone a un mayor riesgo cardiovascular y a otra serie de comorbilidades, “también podemos encontrarnos con limitaciones en el uso de otros tratamientos sintomáticos en estos pacientes, como por ejemplo el uso de antiinflamatorios y corticoides”, ha destacado la Dra. Novella.
En su opinión, “al ser la obesidad un factor potencialmente modificable, la recomendación general sería la pérdida de peso en estos pacientes. En este sentido, en los últimos años se han hecho estudios en los que la pérdida de peso ayuda a un mejor control de la enfermedad en las personas con artritis reumatoide”.
Mayor riesgo cardiovascular
Por su parte, la Dra. Roxana González, del Servicio de Reumatología del Consorcio Hospital General Universitario de Valencia, ha asegurado que “los pacientes con artritis reumatoide presentan un mayor riesgo cardiovascular en comparación con la población general. De hecho, las enfermedades cardiovasculares constituyen una de las principales causas de morbimortalidad en estos afectados, siendo este riesgo comparable al de personas con diabetes mellitus tipo 2”. Entre sus posibles causas, ha señalado la inflamación sistémica que acelera el proceso de aterosclerosis, junto con otros factores de riesgo como hipertensión y dislipidemia. Además, algunos tratamientos para esta enfermedad, como los corticoides, también pueden contribuir al riesgo cardiovascular al incrementar la presión arterial y los niveles de lípidos en sangre. “En los últimos años, se ha establecido, con mayor claridad, que el control estricto de la inflamación no solo mejora los síntomas articulares, sino que también reduce el riesgo cardiovascular a largo plazo”, ha indicado la especialista.
De ahí, la importancia de un abordaje multidisciplinar que tenga en cuenta el control estricto de la AR, ya que es esencial un manejo eficaz de la inflamación mediante el uso de fármacos modificadores de la enfermedad (FAME) y biológicos. Asimismo, -ha añadido- “se debe evaluar regularmente el riesgo cardiovascular utilizando herramientas como el SCORE2 o Framingham, añadiendo técnicas de despistaje de aterosclerosis como la ecografía carotídea, que permitan clasificar correctamente el riesgo de estos pacientes y establecer las estrategias oportunas de su manejo. Por último, es fundamental la modificación del estilo de vida promoviendo hábitos de vida saludables como la dieta mediterránea, el ejercicio regular, la reducción del estrés y el cese del tabaquismo”.
A su juicio, un aspecto que no debe pasarse por alto es la importancia de la educación del paciente. “Involucrarlos en la toma de decisiones y en su autocuidado puede mejorar la adherencia al tratamiento y, por tanto, los resultados clínicos. La investigación en este ámbito está avanzando rápidamente, y con la llegada de nuevas estrategias de prevención, diagnóstico y terapias podríamos ver una mejora considerable en la reducción del riesgo cardiovascular en los próximos años”, ha concluido.