Jesús García-Foncillas, coordinador científico de OncoDNA y director de Oncología del Hospital Universitario FJD.
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Aunque la gran oleada de Covid-19 parece haber remitido, desde todos los frentes se nos pide que sigamos siendo prudentes por el riesgo de rebrotes en todas las comunidades autónomas. Aún más con los pacientes de cáncer, que desde el inicio del confinamiento han visto trastocados sus tratamientos, sus consultas y sus pruebas para evitar el riesgo de contagio por coronavirus.
Ello no quiere decir que se le haya abandonado a su suerte. Todo lo contrario: los oncólogos han tenido que revisar a fondo cada caso y valorar si era posible aplazar una intervención, retrasar una sesión o cambiar el tratamiento, de intravenoso a oral, para que los pacientes inmunodeprimidos no acudiesen a los centros hospitalarios.
En este camino, la medicina de precisión ha sido una importante aliada. Hemos pasado a un contexto distinto, donde más allá de la histología o de la localización del tumor, ya estamos determinando cuál es el mejor tratamiento para nuestros pacientes a través de los perfiles moleculares.
Esta vía ha supuesto, además, un cambio en la investigación clínica. En este momento, los ensayos se dirigen en función a la alteración molecular genómica que tiene cada tumor. Conociendo esta información puede plantearse un tratamiento dirigido a subsanar esa alteración, mucho más efectivo y con menor toxicidad para el paciente.
Actuar sobre esas alteraciones conductoras suele provocar un cambio en el curso de la enfermedad, impactando de forma directa en el pronóstico y supervivencia del enfermo. Es posible, incluso, desarrollar fármacos dirigidos y específicos para cada situación en casos muy críticos. En definitiva, se trata de procesos que nos ayudan a maximizar la eficacia de un tratamiento minimizando la toxicidad, porque estamos actuando específicamente en una alteración molecular concreta que se encuentra en el origen de la enfermedad.
Ahora que ya se han empezado a retomar rutinas terapéuticas es buen momento para pensar en esta nueva vía de atención, una fórmula que sirva para profundizar en el conocimiento del tumor a través del perfil molecular. Como comentaba anteriormente, los oncólogos nos hemos visto empujados a valorar el empleo de tratamientos orales y con menores efectos secundarios. La incorporación del análisis genómico ha sido necesaria.
La medicina personalizada es coste-efectiva
La pandemia nos ha hecho darnos cuenta de que nos urge plantearnos una nueva forma de hacer medicina, que la oncología de precisión tiene que ser una realidad. No sólo por la salud y la calidad de vida del paciente, también a efectos económicos. Diversos estudios recientes de carácter internacional nos muestran cómo la medicina personalizada es capaz de aumentar los porcentajes de supervivencia global libre de progresión. Y por cada semana ganada para el paciente también se vislumbran beneficios en coste-efectividad.
Las estrategias sanitarias deben verse en perspectiva, a corto, medio y largo plazo. Sin embargo, en estos momentos, la única que se plantea es la de dar solución a lo que ocurre en el momento, sin hacer una valoración de lo que tenemos que conseguir a medio y largo plazo. Ir subsanando los problemas del día a día es mucho más caro, y nos puede empujar hacia una situación de carencia de estrategias.
Hay que elaborar una estrategia de altura en estos momentos, poner medios y recursos sobre la mesa y no esperar a salir de la crisis, hacerlo sería un tremendo error. España tiene que apostar por la investigación y sacar del cajón el plan de genómica que se estuvo debatiendo en el Senado hace ya más de un año, aprobarlo y consolidarlo.
Hemos de dejar de estar en la lista de países europeos menos afortunados en cuanto al desarrollo de la medicina de precisión. Trabajar en ello desde ya nos va a dar muchos réditos, tanto económicos como de mejora de la calidad de vida y de la salud de nuestros pacientes.